Unicamente cuando algo te empuje desde dentro al Camino de Santiago ven a hacerlo, solo y ligero de equipaje.
Antes de partir te preguntarán... "¿A qué vas? ¿Por qué sólo? ¿Qué buscas?"... Probablemente contestarás: ”No sé”...
Luego, paso a paso, jornada a jornada, el “¡buen camino!” del hospitalero de Roncesvalles al cargar tu mochila por primera vez; las nieblas en los bosques de Navarra; los amaneceres caminando en silencio; los campos de trigo recién segados amarilleando al sol; las confidencias del peregrino que justo ayer conociste; la sonrisa de Ana cuando curaste su pie; la confianza con que Fontanina puso sus pies cansados en tus rodillas; el cariño y la alegría de aquella mujer que, de madrugada, abrió su casa y su cocina para que pudieras desayunar; la mística reconfortante de Eunate; el placer que te ofrecen tus viejas sandalias; la fuerza en el Templo del Santo Sepulcro; el café caliente y cargado en el Monte de El Perdón; la bondad de quien, sin apenas conocerte, cansa sus manos relajando tu espalda o tus pies; el golpeteo rítmico, casi ritual, del bordón chocando contra el suelo que te permite escuchar el silencio; el beso en la mejilla de aquella monja a quien prometiste rezar por ella en Santiago... Y la magia, siempre la magia, en la brisa del amanecer, en la luz y en la sombra, en el silencio, en la noche, en la inmensidad de los campos de Castilla. Todo ello irá tejiendo una respuesta para ti.
Al despedirse en Santiago o en Finisterre, o en cualquier estación de El Camino, el peregrino que compartió contigo sudores y risas, botijo y ampollas, esparadrapo y charla, cansancio, ronquidos, abrazos y sonrisas, además de alguna lágrima, no preguntará nada. El ya tiene su respuesta. Tú, sin embargo, a quien a tu vuelta te pregunte sólo podrás responder:
”No sé”.
Antes de partir te preguntarán... "¿A qué vas? ¿Por qué sólo? ¿Qué buscas?"... Probablemente contestarás: ”No sé”...
Luego, paso a paso, jornada a jornada, el “¡buen camino!” del hospitalero de Roncesvalles al cargar tu mochila por primera vez; las nieblas en los bosques de Navarra; los amaneceres caminando en silencio; los campos de trigo recién segados amarilleando al sol; las confidencias del peregrino que justo ayer conociste; la sonrisa de Ana cuando curaste su pie; la confianza con que Fontanina puso sus pies cansados en tus rodillas; el cariño y la alegría de aquella mujer que, de madrugada, abrió su casa y su cocina para que pudieras desayunar; la mística reconfortante de Eunate; el placer que te ofrecen tus viejas sandalias; la fuerza en el Templo del Santo Sepulcro; el café caliente y cargado en el Monte de El Perdón; la bondad de quien, sin apenas conocerte, cansa sus manos relajando tu espalda o tus pies; el golpeteo rítmico, casi ritual, del bordón chocando contra el suelo que te permite escuchar el silencio; el beso en la mejilla de aquella monja a quien prometiste rezar por ella en Santiago... Y la magia, siempre la magia, en la brisa del amanecer, en la luz y en la sombra, en el silencio, en la noche, en la inmensidad de los campos de Castilla. Todo ello irá tejiendo una respuesta para ti.
Al despedirse en Santiago o en Finisterre, o en cualquier estación de El Camino, el peregrino que compartió contigo sudores y risas, botijo y ampollas, esparadrapo y charla, cansancio, ronquidos, abrazos y sonrisas, además de alguna lágrima, no preguntará nada. El ya tiene su respuesta. Tú, sin embargo, a quien a tu vuelta te pregunte sólo podrás responder:
”No sé”.